viernes, 28 de febrero de 2014

Sabrina


Estoy sentada en la escalera y escucho la voz de un hombre que me saluda.
- Hola.
Me volteo y no puedo evitar sentirme, de alguna manera, aliviada. Es un hombre alto, con barba... con un toque tenebroso. Me cae bien. Le devuelvo el saludo.
- Hola.
- Creo que no deberías estar sentada ahí, - señala hacia el salón - para eso hay sillas.
- Sí, perdón. Lo que pasa es que... no, no sé porque estaba sentada acá.
Me paro. Me siento mareada.
Intento recordar lo que tenía que hacer y por qué estaba en la biblioteca, y no puedo. El hombre me ayuda a pararme y me acompaña hasta la sala con las mesas.
En el camino, que parece eterno, me cuenta historias sobre libros extraños y algunas otras cosas que no escucho ya que toda mi atención está puesta en intentar recordar. Comienzo a tener miedo. No puedo evitar preguntarle si me puede decir algo sobre mi situación.
- ¿Usted sabe hace cuánto que llegué?
Hace una pausa. Eleva un poco la mirada y contesta, con un tono pedagógico.
- Es una pregunta muy ambigua.
- ¿Cómo?
- Estás en la biblioteca. Eso es todo lo que pasa.
- Pero es que yo no me acuerdo cómo llegué acá. Perdón, realmente no sé si fué la presión - el hombre, que ahora parecía aún más viejo, destraba una sonrisa - o qué, pero no me acuerdo.
- Es muy probable que si otro te contestara eso que me preguntás, te diría que si estás acá, siempre estuviste acá. Pero yo no te voy a contestar eso... simplemente te voy a decir que te relajes. Tenés tiempo para averiguar todo lo que necesitás, tranquila.
Se hace un silencio. Lo miro.
Dudo. Noto cierto temblor en su voz. Casi como un balbuceo… ¿tiene los labios pintados?
Tengo miedo, pero no puedo desconfiar de él.
- Disculpe, pero no entiendo lo que me está diciendo.
- Casi siempre ustedes, los chicos, piden lo mismo: explicaciones. Pero no son tan simples de dar. Sé que ya lo notaste… a ver, decíme: ¿soy un hombre o una mujer?
- Hombre - cuando termino de decirlo, me doy cuenta que no puedo estar completamente segura. Tiene barba… ¿tiene barba?, ¿qué está pasando?
- Bueno. Tranquila. Vamos.
Quiero correr, escaparme.
Ahora es una mujer, estoy segura. La empujo y busco con la mirada una puerta, necesito salir de acá. Me despego de la vieja que, noto, me quiere calmar. Tengo ganas de vomitar. Me arrodillo. Bajo la mirada. El suelo tiene mucho polvo. No puedo respirar. Vomito.
La señora me acaricia la espalda.
- Calmáte. Ya está. Siempre pasa. Es normal, cálmate.
- Necesito salir, por favor.
- No hay nada afuera.
- ¿Qué es esto?, ¿por qué estoy acá?
- No sé. Nunca nadie lo supo. Puede ser que seas alguien que muere o nace en algún otro lugar. No lo sé. Ninguno de nosotros lo sabe, pero es lo que tenemos. Este lugar. Con historias. Muchas historias, un edificio sin fin lleno de historias. Y a veces aparece gente.
- Pero, no puede ser… ¿y afuera?, ¿nadie salió de acá?
- No.
Mira a la puerta y cierra los ojos.
Puedo notar que nunca escuché nada más que su voz… si hubiera alguien más, se habría acercado cuando grité y vomité. Recuerdo la situación y siento el ácido en la garganta.
- No hay más nadie. Está usted sola.
No puedo explicarlo, pero sé que ella sabe lo que va a pasar. Y yo también.
- Sabe que me voy a ir.
- Se podría decir.
- ¿Está sola, no?
- Se podría decir.
Siento algún tipo de lástima, aunque sé que ella no está triste.
Empiezo a notar que el polvo empieza a convertirse en nostalgia, y no encuentra una mejor forma de describirlo. De repente, me siento con sentido.
- Yo sé que no tengo otra opción, tengo que irme… ¿pero qué es lo que hace usted acá?
- Cada uno tiene un propósito, dicen… dice.
Veo la puerta y sé que tengo que atravesarla. Sé que algo me espera. Quisiera escucharla con atención, pero siento una pulsión interna, como un huracán, que me hecha del edificio.
- Vas a sufrir, y lo sabés. El drama… no podés escapar del drama. Él no es el peor de todos, pero le gusta revolver miserias… y si no, miráme a mí: no podía ser sólo un puente mecánico, un Caronte devaluado... tenía que odiar estar solo e intentar la compañía una y otra vez.
No sé si se achica o es un niño. Siento que pierdo toda perspectiva… ya no sé si estoy en una biblioteca o en una estación de servicio. Recuerdo mi nombre. Todo se vuelve extraño y tangible.
- Me llamo Sabrina, y espero volver a verte.
Lo miro por última vez antes de pasar a través de la puerta… me saluda, mientras dice algo que no entiendo muy bien:
- Tranquila… yo voy a estar acá esperándote. Y sabé que nada es para siempre allá afuera… todos vuelven.

jueves, 20 de febrero de 2014

Un cuento de mierda


"¿Qué calor, eh?" - le digo a la mina que tengo sentada a mi lado. El problema es que, no sé por qué, mi mirada estaba trabada en un punto y cuando ella se da vuelta para contestarme, sus muy bien formadas tetas se cruzan en mi campo visual defectuoso. Me doy cuenta y ejecuto una especie de espasmo, mientras abro y cierro los ojos.
La mina me mira de arriba a abajo. Asco le doy, lo sé. Pero me contesta:
- ¿Sí?
- No, que decía que qué calor hace acá.
- Ah, sí. - y vuelve a mirar para adelante.
Desearía no haber dicho nada, pero hace 10 minutos que esperaba a Sebastián en la recepción de la biblioteca, y no sé muy bien por qué, pero me estaba ahogando. Soy un pelotudo. Soy un pelotudo grande. Lo único que falta es que sea la mamá de algún compañero de Seba. Un pelotudo.
- Igual, todo bien. - le digo muy bajito. Casi susurrando.
Me transpira la mano. Soy un pelotudo.
- ¿Cómo?
- Que todo bien... que era para charlar nomás. Digo, por lo del calor y eso.
- Sí, ya sé. Hace calor.
Calor.
Me molesta mucho esta situación.
No puedo quedar como un pajero, así, gratis.
Mirá que sabía lo de la presión ocular y eso... y no quise ir al oftalmólogo. No puedo ser tan pendejo.
Tengo que insistir:
- Perdón que te joda...
Me mira. Está hinchada las pelotas mal.
- Decíme.
- Perdoná, pasa que, o sea... yo te dije eso para charlar, pero no quiero que pienses que te quise molestar con alguna cosa mas allá.
- A ver... pará, ¿qué cosa? - sabe lo que voy a decir. Piensa que soy un boludo.
- No, es que me miraste y justo yo estaba mirando un libro, y no quiero que...
- Me estabas mirando las tetas.
Por el amor de Dios. No pensé que me lo podía decir así nomás.
- No, no... es que había un libro ahí, justo y...
- Sí, bueno, está bien. Todo bien
Mientras se da vuelta la cabeza, la veo de costado hacer una mueca: se estaba riendo. Es una hija de puta. Lo está disfrutando.
- Che, disculpá... es la última.
- Dale, en serio... todo bien.
- No, es que yo estoy esperando a mi hijo acá y, en serio, fué desafortunado el cruce... yo sé que parece eso, pero es que no...
- Mirá, está todo bien. No te preocupés, ya está. Tampoco es para tanto... sos hombre.
"Sos hombre": sos básico. No me puede decir eso.
- No, mirá, en serio que no pasó eso... - dudo en decirlo, pero es que si no tiro algo medianamente inteligente, me tengo que ir a esperar a Seba a la calle - lo único que me dejó mi viejo fué la necesidad de ser un buen tipo. No quise mirarte nada.
Me mira. Frunce el entrecejo.
- ¿Así que serías un mal tipo si me miraras las tetas?
- No, lo que digo es que, que se yo... como que no está bien. Lo de la cosificación y eso.
- Ah, mirá - y se ríe.
Estoy recontra jugado y ya no me importa, me está boludeando hace 10 minutos... yo se lo digo.
- ¿Te puedo preguntar si a todos les hablás con la misma soberbia?
Me mira de nuevo, de arriba a abajo. Y las manos me transpiran cada vez más.
- ¿Sabés lo que pasa?, que yo sé que no me quisiste levantar, que me quisiste mirar las tetas nada más. ¿Sabés la cantidad de veces que me pasa eso?... claro, yo no soy de esas minas que los enamoran: sutiles, con un aire culto, delicadas... a mí me miran las tetas y si pueden me cogen, pero hasta ahí. Yo ya conocí a varios como vos.
Miro el reloj. Faltan 5 minutos para que Seba termine.
- No, me parece que te equivocás.
- Puede ser.
- No sabés ni como me llamo y ya te doy asco.
- ¿Cómo te llamás?
- Mauro.
- ¿Ya está?, ¿ahora si puedo pensar lo que quiero?
- Yo no te hice nada.
- No, me miraste las tetas descaradamente y no te hacés cargo. Eso nada más.
- Mirá... - pongo la voz más grave sin querer - yo no me voy a hacer cargo de algo que no hice. Te pido disculpas si te ofendí, en serio. ¿Podemos arrancar de nuevo?
- No quiero arrancar nada. En 5 minutos sale mi sobrino y me voy. Tranquilo. Todo bien.
No puedo parar. Necesito que me entienda, y ya no sé para qué.
- ¿Sabés que todo esto es un problema cultural, no?, ¿que no deberíamos estar tan acomplejados?
- Estoy a punto de pararme e irme a la mierda, me tenés podrido - pero no atinó a pararse.
- Esperá... ¿de qué trabajás?
- ¿Vos esperás que te diga de qué trabajo?, ¿en serio?
- Sí. En serio.
- ¿Estamos en confianza, no?... tenés más cara de boludo que de pervertido, así que te voy a contar: soy maestra jardinera.
Algo cambió. No sé que fué. Pero me está mirando distinto.
No me molesta que me haya dicho boludo.
- Yo soy escritor - lo digo casi con orgullo. Me toco el pecho... ¿por qué me toco el pecho? - y me resulta mucho más fácil escribir una historia pensando en la contrapartida del protagonista si es mujer.
- Y eso debería hacer que yo...
Alguien que me pare.
- Me gusta escribir con villanas - digo villanas - porque siento que no puedo encasillarlas... yo odio mucho a los hombres. Pero a las mujeres no. No te miré las tetas. No sé qué quise decir.
- Claro, y tenés 15 años - yo sé que suena mal, pero me está escuchando. Y con atención. Está haciendo chistes.
- Sí. No. Lo que quiero decir es que no te miraría las tetas. O sí. Pero si lo hiciera te lo diría. En serio. Pero no me gusta quedar como un pajero cuando no lo soy. O sí.
Se ríe. De nuevo.
La miro. No era linda. Para nada. O sí. No sé. Desde lo de Ana que no estoy con alguien.
Es linda. Y tiene unas tetas hermosas.
- ¿Vas a escribir un cuento donde tu protagonista se enfrente a una mujer histérica?
- ¿Ya estamos en confianza, no?... ¿tanto te molestaría ser un poco menos peleadora?
- ¿En serio tenés un hijo?
- Sí, ¿por?
- Hablás como si todavía fueras el hijo de alguien... no, mentira, disculpá.
Dice disculpá. Me pide disculpas.
- No, me lo merezco. No importa.
- Está bien... ¿y qué?, ¿ya está?... ¿y ahora qué?, ¿vas a escribir un cuento con esto?... ya tenés a la contrapartida de la historia, ¿o no?
- Puede ser. Pero no tendría mucho sentido. Sería un cuento de mierda.
- Si esto fuera un cuento de mierda, me estarías diciendo de tomar un café, boludo. Ah, Sabrina, tu villana se llama Sabrina.
Me quiero matar. Me apuró. Y yo no me acuerdo como era que se contestaba de manera canchera. Mierda.
Las manos me dejan de transpirar. Me acomodo en la silla. La miro. Me mira. Y se ríe.
Le contesto lo único que puedo:
- Si esto fuera un cuento de mierda. Ja.

XVII (Mar Del Zvr)

Es real. No es tan pacífico ni tan colorido como lo había imaginado, pero es real. Llegó. Llegamos. Soy real. Siempre fui real.