jueves, 18 de octubre de 2012

El mal de la generación espontánea


El rock me aburrió. Porque no existe.
Existe el rockero. El rock hace rato que se murió.
¿Existe el "popero"?: no. Porque no es necesario... porque el pop sí existe.
Y Buenos Aires es una ciudad de mierda para enamorarse. O para coger. Sobre todo desde que se murió el rock. Calculo que mas o menos desde ayer.
Mientras un viejo progre se queja de la cadena nacional y el cepo al dólar, un pibe pasa por un bar y se pone a tocar una armónica ajena y a charlar con una mina que, según ella, lo conoce de otra vida. En el mismo barcito de mala muerte, un pibe (muy serio), discute con otro sobre la existencia de las sirenas, en serio. Hippies. Y, mientras todo eso pasa, yo me replanteo la puta vida de mierda burguesa sin graves preocupaciones que llevo. Y me pierdo, capaz, alguna historia interesante en el interín.
Y en este preciso momento me rompen una palangana que tenía en la terraza. Encima, alguien que me diga por qué mierda los rockeros siempre quieren tocar a mas volumen y ser, en lo posible, los únicos que se escuchan. ¿Existió alguna vez el rock?: claro. Hoy no es lo mismo que ayer.
El dólar sigue subiendo, ganó Chavez y los caceroludos no son boludos, son gente indignada con cosas que a mí no me indignan. Con tanto quilombo es jodido encontrarle la vuelta al amor. Hoy es eso y ayer era el campo, Boudou, mi futuro laboral o algún comic que no conseguía. Por eso, por mas que me llevó una bocha de tiempo, lo logré: me acomodé y creé todo una maquinaria casi perfecta de mediocridad, pero bien: soy amigo de la mujer de mis sueños, y me casé con la mujer de mi vida. Y ahora vos, después de tanto laburo, me venís a joder la vida. Hoy. Un día de mierda. Un día en el que nadie hubiera dicho que me podía enamorar. Y menos de vos. Un día gris de mierda. O amarillo. Con tantas canciones de mierda que quisiera cantar. Pero no me escuchaba, la viola estaba muy fuerte.
Y mientras intento sentirme coherente y orgánico, dudando de cual debería ser el próximo paso, mi mejor amigo piensa en meterse un tiro para terminar de convertirse en un mito. Tal vez en otro país mas frío otro amigo mío se tira un pedo con ruido y se siente tan mundanamente humano que quiere llorar. Otro pibe se siente solo, y sigo sin entender muy bien por qué. En todo caso lo que no entiendo es por qué la soledad lo hace sentir mal.
Mis ganas de llorar y dejar de bardear aumentan y también aumenta esa sensación tan 90's de "qué carajo hago acá", ahora, en esta "ya no tanto" ciudad de mierda... sin ganas de pelear por una historia que era la mía y que ya no y que cuando quise buscarla para acordarme como era, resulta que no existía, pero que estaba ahí, con un libro de mierda en la mano y la mismísima cara del misterio entre el culo y las tetas. Y todo porque no me escuché un carajo en el ensayo. Carajo. Seguro que si hubiera podido meter 3 notas seguidas estaría en un festival de certezas, escuchando alguna bandita de gente con poco talento, pero que son buenos tipos.
Mientras tanto, un tipo de traje decide que Canadá va a ser un país importante durante los próximos 20 años y yo tengo ganas de decirte que el rock no existe, a ver que me decís. Seguro que se daría una conversación de puta madre. Pero esas cosas no pasan. No en mi peli. En la de los demás puede ser.
Al final te bajaste del bondi. Y no te dije nada. Obvio. Si no me puedo escuchar yo, imagináte si justo vos vas a entenderme. De cualquier manera, me gustaría decirte que yo no soy un rockero y que no me quiero pegar un tiro... y que si vos me conocieras tampoco querrías que lo haga. Por mas que sea un boludo mas con ganas de tocar la guitarra. O escribir. O lo que sea.
No está todo perdido: una vieja en la parada tiene una remera de "A Perfect Circle". Todavía está todo bien. Todavía todo gira y mi ombligo sigue siendo el centro. Y en algún lado, lejos, alguien piensa en sincronicidades arbitrarias. Y me sale una sonrisa. Para adentro.
Al final el amor habla más de uno mismo que del otro. Y no debería ser así... o el equivocado soy yo. No importa, mañana es otro día.

martes, 2 de octubre de 2012

Metáfora berreta (Parte III)



Abrí el libro. Y ya no recuerdo el título ni qué había en la televisión en ese momento que me tenía tan aburrido como para agarrarlo.
La historia iba sobre el fin del mundo (si mal no recuerdo). Pero lo gracioso, lo rompedor (y lo único que tenía de interesante) era que estaba contado desde la óptica de un niño. Un niño muerto que no puede separarse de su amigo (que está vivo y tiene un perro). Entonces, la historia da vueltas sobre las relaciones de estos tres personajes. Ah, y el fin del mundo. Siempre es el fin del mundo en el libro. Literalmente.
Lo extraño es lo que encontré escondido entre las páginas 156 y 157: una figurita. Una figurita vieja. De la colección de los Monsters. Recuerdo que había llenado ese ábum. En toda mi vida sólo llené dos: el de Italia 90 (cuando en realidad era mi viejo el que los llenaba) y el de los "Monsters in my pocket". No me acordaba de tener todavía alguna de las repetidas. Y menos de haberla guardado en el libro ese.
Emocionado (tonto e inocente), me senté en el suelo frente a la biblioteca. Busqué alguna referencia mística entre las páginas (obviamente debería haber alguna razón oculta para encontrar esa figurita, en ese libro en particular). Pero luego de darle vueltas y vueltas, la verdad es que no encontré nada. Nada que me indicara un lugar común multireferencial. Ningún mensaje oculto. Nada. Al final, estaba solo. Solo yo, una figurita y un libro pretencioso lleno de humor negro. Sin epifanía. Sin narrador onmisciente. Solo yo. En mi departamento. Sin ningún tipo de necesidad ni aliento. Solo y aburrido. Solo.
Prendí la tele: nada. Ningún mensaje.
Radio: nada.
Increíble que ninguna canción dijera nada.
Solo.
Ví el teléfono desde el suelo. Lo agarré y busqué los números a los que siempre llamo y nunca contestan. Y volví a llamar. Y volví a putearme por pensar que hoy podía llegar a saludar alguien del otro lado.
Aburrido. Pero no triste. No.
Volví a abrir el libro. Empecé a leer el capítulo donde el pibe muerto habla con Syd Barrett en un bar del purgatorio (ah, el pibe podía ir y venir de ahí al fin del mundo cuando quisiera... lo que pasa es que no quería irse al mundo de las historias muertas... porque de ahí no se podía volver y no quería dejar solo a su amigo). Buen capítulo. Una de las cosas que pasaba es que Syd le decía al pibe que él no era un ser humano. Que siempre había sido el Rey Lagarto. Aún hoy me sigue haciendo gracia.
Está relatada como una charla de amigos, pero está claro que no lo son... que la persona con la que debería estar hablando está del otro lado, lejos. Pero el pibe muerto necesita una respuesta y la busca en referencias, en ídolos. No se puede comunicar con su amigo. Pero tampoco lo puede dejar solo. Aunque no pueda hacerlo sentir acompañado. Complicado. Cuando lo leí por primera vez no le había dado tanta trascendencia.
Hubo un tiempo en que los amigos eran amigos. Y punto. No había discusión: en algún un momento de mi vida los pilares parecían definidos, reales... incuestionables. Hoy, de repente, me encuentro con gente que aprecio pero que me odia o amigos que lo son de alguien que no conocen. Amigos que no piden nada a cambio... y esos no son amigos: si no hay egoísmo no hay amistad, ¿no?. Capaz que lo que pasó es que todos se murieron y lo que crece es otra cosa... con otras formas... adaptables a otros ambientes. No sé.
A veces cuando voy o vuelvo de algún lado en bondi pienso en lo que dejé en la parada y mas allá. Y a quién. Pero no puedo pensar en lo que me dejó a mí el viaje. Lo pilares cambian o se caen.
Me levanté y busqué un libro de la biblioteca (¿al azar?). Metí la figurita entre medio de dos páginas y lo volví a guardar. Hoy sé el título del libro donde la guardé. Pero estoy seguro que cuando la necesite ya no me voy a acordar. Como siempre. Por mas que no me dé cuenta.
Calculo que todo cambia. Y eso no puede ser triste, ¿no?. Es. Nada más. Y va a seguir siéndolo. Con o sin epifanía. Con o sin fin del mundo.

XVII (Mar Del Zvr)

Es real. No es tan pacífico ni tan colorido como lo había imaginado, pero es real. Llegó. Llegamos. Soy real. Siempre fui real.