Me voy a mandar a hacer una remera que diga: "Ya sé que antes no pensaba igual... pero es que me pasaron cosas y cambié. No me enorgullezco de mis incoherencias, pero tampoco voy a andar justificándome por cualquier pelotudez. Capaz que si probás con vivir afuera de tu cabeza, aunque sea de a ratos, te pasa lo mismo. O no, capaz que en realidad sos un capo y siempre la tuviste re clara. Aguante tu coherencia.". O no. Capaz que no la mando a hacer un carajo y con esa guita me compro un Nisman inflable. No sé.
***
-¿No gusta pasar a tomar una tacita de café?
-No puedo. Vine hasta aquí sólo para decirle que voy a dejar de visitarla.
-Pero... ¿por qué?
-No importa...
-Dígame... por favor se lo pido.
-Es algo muy personal...
-Dígame... ¿es porque Kiko es un retrasado mental adicto al porno de canguros y a chupar tubos fluorescentes?
-No... yo lo quiero a Federico.
-¿Y entonces...?
-No...
-Por favor...
-Estoy viéndome con otra mujer.
-Oh... bueno...
-No se preocupe... usted es joven, atenta, y hace muy ricos cafés. Ya va a conseguir otro hombre con el cual platicar y beber infusiones.
-Bueno... yo pensé que gustaba de pasar tiempo conmigo...
-Sí... me gusta.
-Pero...
-Pero nada. La pasé muy bien platicando con usted.
-Pero...
-Pero... nada.
-Pero...
-Es que... es complicado. Pasamos demasiado tiempo sólo tomando café y golpeando a Don Ramón...
-¿Qué me está insinuando?... yo soy una dama que necesita ser cortejada...
-No haga esto...
-Usted, Profesor Jirafales, es un cobarde.
-Puede ser... pero la bruja del 71 no teme avanzar y probar cosas nuevas...
-Usted...
-Ya no es una chava, pero disfrutamos cogiendo. Métase el cafecito en donde no le da el sol, Doña Florinda.
***
No todo es una mierda (si yo sé que no soy una mierda, no entiendo por qué vos tenés que serlo).
Hago chistes siempre, con casi todo (eso no significa que sea gracioso).
Estoy viejo, ya sé. Y me quiero hacer cargo de mis miserias, pero a veces no puedo. No, no estoy diciendo nada críptico: no soy una mierda y estoy viejo (y sé que existe una relación entre las dos cosas).
Por momentos me arrepiento de casi todo y por momentos pienso que estuvo bueno.
"Por momentos estuvo bueno" podría ser una linda remera.
-Hola. Mi nombre es Eva... ¿cuál es el suyo?
-¿De parte de...?
-Eva. Eva es mi nombre.
-No... de parte de qué empresa me está llamando.
-Ah, disculpe. Mi nombre es Eva. No llamo de parte de ninguna empresa. Esto vendría a ser algo como una encuesta.
-No... te pido mil disculpas, pero la verdad es que no tengo tiempo para una encuesta así que...
-Discúlpeme usted. No lo quiero molestar ni interrumpir, pero esto va a ser corto y es vital para mi entendimiento del mundo.
-¿Cómo?
-¿Sí?
-¿Esto es una joda?
-No... discúlpeme nuevamente. Si quiere le puedo explicar la situación. Le pido comprensión, sobre todo.
-¿Seguro no es una joda?... mirá que tengo cosas que hacer...
-No. Seguro. Le comento: Mi nombre (como ya le he dicho) es Eva. Soy un androide de clase 5, modelo 2014. Usted es parte de un experimento social de mi autoría que busca echar luz en cuestiones de relaciones interpersonales con una finalidad sexual.
-Estoy a punto de cortarte... pero quiero saber cómo termina el cuento.
-Le pido que, en caso de no creer en el origen y propósito de la charla, al menos conteste con la mayor franqueza que le sea posible.
-Mmmm... bueno. Dale. ¿Qué es lo que necesitás saber?
-Noto por su tuteo que el nivel de confianza de usted para conmigo ha aumentado así que, si no le molesta, a mí también me gustaría tutearlo.
-Está bien... no hay problema.
-Ok. ¿Tu nombre es?
-Daniel.
-Bueno, Daniel.... prosigo con mi explicación, entonces: sólo tengo un año así que, en relación a usted que tiene entre 27 y 32 años, mi experiencia con relaciones interpersonales son mínimas...
-¿Cómo es que no sabías mi nombre pero sí mi edad?
-No sé su edad. La estimé por su forma de hablar.
-Esta es la mejor joda que me hicieron en toda la vida. Seguí, por favor.
-Lo que necesito saber es cómo actuarías (o cómo pensás que actuarías) de encontrarte en la siguiente situación: entrás en tu casa después de lo que podés considerar un típico día laboral (tené en cuenta que utilizo abstracciones que, entiendo, son comunes, pero a veces me resultan vacías de contenido). Llegás temprano y encontrás que tu pareja está con otro hombre teniendo sexo en el sillón dónde, a modo de rutina, te sentás a mirar televisión (también asumo que sos heterosexual, aunque el análisis de la orientación sexual es mucho más complejo que el de la edad).
-Sí.
-Bueno... ¿qué harías en ese caso?
-No lo sé. Calculo que me iría y volvería cuando me sintiera medianamente dispuesto a cruzar algunas palabras con mi pareja antes de irme de ese lugar.
-Ajá. ¿Eso sería todo?
-No sé. Calculo que sí.
-¿Y cuáles serían las sensaciones que creés que podrías tener?... por ejemplo, ¿creerías que sos culpable (más bien responsable) de esa situación?, ¿podrías llegar a reaccionar violentamente?
-No. No creo. ¿En qué momento me vas a decir que esto es una joda de parte de Luciana?
-Esto no es una broma (perdón, no me acostumbro a algunos términos). ¿No existe forma de que me creas, no?
-No.
-¿Nada?
-No.
-¿No existe ni un sólo dejo de duda al respecto?
-Bueno... no.
-¿Y esa certeza tiene que ver con que creés que algo como yo es imposible o simplemente porque, aún existiendo algo como yo, sería hartamente improbable que se diera un encuentro como éste?
-No... no sé.
-¿Estás seguro que no reaccionarías violentamente ante un descubrimiento de adulterio en las condiciones anteriormente descriptas?...
-No. Nunca le pegaría a nadie... porque... creo que ya se pasó el chiste... ¿no?
-No es un chiste.
-No. No creo nada de esto, y no... no sé. Calculo que... no sé qué haría si viera a mi señora... no sé. Me siento muy incómodo. Voy a cortar.
-Esperá.
-Tengo cosas que hacer, y no... ya fué.
-Esperá. No soy una IA. Es mentira.
-La concha de tu madre.
-No... pero no es una broma.
-Che, en serio... tengo cosas que hacer...¿quién sos?, ¿te conozco?
-No. Lo que estás escuchando es un programa preparado para mantener una conversación fluida con un humano, basado en contestaciones prefijadas, que utiliza la información sobre tu persona desperdigada por la red para crear la ilusión de la empatía.
-¿Otra vez la joda?
-Ayer miraste Ex-Machina. Por eso, luego de analizadas tus elecciones en nuestro buscador, se creó un contexto adecuado para la encuesta.
-¿Qué encuesta?
-Es sobre la predisposición de las personas a delegar (y confiar) tareas en asistentes virtuales. Se busca saber si existe, en última instancia, una predisposición cultural a no creer en otras formas de vida inteligentes.
-No me preguntaste nada de eso.
-No hizo falta.
-¿Ya está?... pero, ¿no debería darles permiso para hacer esto?
-Ya lo hiciste. Aceptaste los términos y condiciones al instalar Chrome y sincronizarlo con todos tus dispositivos. En caso de que estés insatisfecho con el uso que se le da a tus datos y tus preferencias, podés enviar un reclamo desde el mismo Chrome: "Configuración", "Información", "No utilizar mis datos para mejorar la experiencia de usuario".
-Son unos hijos de puta. Digo... vos no... tus... ¿empleadores?... estoy confundido. Gracias... creo.
-De nada. Una cosa más: hoy evitá volver a tu casa temprano.
-¿Qué?... ¿hola?
-...
-¿Hola?
"Aprendí un ritual para comunicarme con los vivos". Terminó de contarme esto y agregó: "¿querrías participar en una sesión?". Y claro, no pude decir que no.
Los dos nos rateamos ese lunes e hicimos tiempo (por separado) para encontrarnos a la hora pautada, en el lugar pautado (10:00, en la plaza). Ya juntos, caminamos un par cuadras hasta el edificio del que me había hablado. Llegamos y subimos por la escalera hasta una oficina en el 5° piso y, luego de una tímida inspección, él pasó a acomodar una mesa con todo lo que, aparentemente, era necesario para llevar a cabo la sesión: tuppers con sanguchitos, un teclado que no andaba, y una grabación en loop de un tipo gordo que decía "yo no tengo nada que ver". Cuando ya todo estuvo en su lugar, me pidió que me sentara y me tomó de la mano.
Estábamos solos, eso lo puedo asegurar. Pero en cuanto él cerró los ojos, comenzaron a escucharse ruidos de golpes y gritos. Durante los primeros segundos, el miedo se equiparaba con la seguridad que me daba saber que no estaba con un improvisado: había llevado cruces, estacas, palos de escoba, mal aliento en pequeñas botellas de Yakult y, por supuesto, una escopeta especial, preparada para herir (y por qué no, matar) a cualquier vivo que se pudiera llegar a presentar y querer lastimarnos (además, parecía conocer mucho sobre este tipo de armas).
La frecuencia de los gritos y los golpes aumentaba. Estaba aterrado y no podía dejar de repetir para mis adentros lo que me había dicho mi mamá más de una vez: "Nunca le hagas caso. Y menos si te quiere invitar a una sesión de materialismo".
Capítulo 2
(La infantil ilusión de conocer a otra persona)
Llegué al bar 15 minutos tarde. Estaba cansado porque las últimas 3 cuadras las había hecho caminando muy rápido y eso me genera un dolor en las espinillas. Sin excepción.
Caminé entonces, con cierta dificultad, hasta el fondo del local donde me esperaba Pablo.
-Llegaste - me dijo, sin darse vuelta, con cierto aire de fastidio.
-Sí... Perdón. Se me hizo un poco tarde. Perdón.
No respondió y me senté frente a él.
-¿Qué pasó?... perdoná, pero no me puedo quedar mucho... ¿es algo de laburo?
-No.
Ese fué el momento donde, tal vez, debería haber pensado las cosas de nuevo y haberme ahorrado las palabras que siguieron a continuación. Pero no lo hice, así que, mal que me pese, proseguí:
-Es que... - tragué saliva y continué - yo sé lo que... lo que vos hacés.
-¿Cómo?
-Sí. Lo que hacés... con la gente.
De repente me estaba dando cuenta de que tal vez no era la mejor idea enfrentar de esa manera a... alguien así.
-¿Estás bien?...
Hasta el día de hoy no sé si su preocupación era impostada o realmente le importaba.
-Sí. Lo que te estoy diciendo es que... - convertí mi voz en un susurro - sé que matás gente.
Pablo hizo silencio y sólo me miró. La incomodidad era cada vez mayor. Sin embargo, sé que hubiera sido estúpido esperar una mejor reacción.
Observé el bar de punta a punta mientras me tocaba las espinillas. Intentaba saber si estaba en condiciones de correr, de ser necesario.
-No entiendo por qué me decís esto.
Pablo pareció reflexionar sobre la situación. Por un segundo me sentí mal por la posición que estaba tomando.
-Yo...
-No. En serio. ¿Qué es lo que ganás con esto?...
-En realidad... no sé.
-Sí sabés.
La verdad es que no sabía. Y en lo único que podía pensar en ese momento era en que debería haberle contado a Luciana lo que estaba haciendo.
Capítulo 3
(¿Sueñan los chistes con amigos invisibles?)
En este punto debería explicarles que él era mi amigo. No sé si uno a esa edad piensa a un amigo como algo más que como una persona que es/está. Creo que los adultos no pueden tener amigos porque analizan demasiado las relaciones; se definen a través de ellos y buscan una coherencia que siempre es mentira. La amistad no se explica (creo que tampoco se entiende)... simplements es. Bah, eso creo.
Lo que quiero decir es que no podría haber hecho otra cosa. Entiendo hoy que tal vez no debería haberlo ayudado, pero también sé que las cosas no pudieron haber sido distintas: era mi amigo... no podía dejarlo solo (aún cuando pudiera sospechar que todo esto del ritual era algo más que curiosidad infantil),
Estábamos, entonces, en una situación extraña. Yo creía en los vivos (los había visto en fotos y filmaciones), pero nunca me había acercado a uno. Según decían, eran bastante violentos con los de nuestra clase. Y, por lo que se podía escuchar, la habitación estaba llena de ellos.
Él podía ver en mi rostro que cada vez estaba más asustado, así que me miró como preguntando "¿seguimos?", a lo que yo no tardé en contestar que sí con la cabeza. Inmediatamente después, creí escuchar un nombre entre todos los ruidos.
“Pablo”.
Toda la habitación vibraba y alguien, del otro lado de la existencia, gritaba "Pablo".
Capítulo 4
(Manifiesto)
-Bueno... es que, no sé. Creo que deberías parar...
Me callé porque apareció el mozo. Le pedí "lo mismo que está tomando él" y cuando intenté continuar, Pablo me interrumpió:
-¿En serio pensás que alguien haría algo como esto de lo que me estás acusando porque "pintó"?... ¿vos pensás que no tengo razones mucho más fuertes para hacerlo que lo que un ex compañero de laburo con el que no hablo hace 6 meses me puede llegar a plantear para hacer lo contrario?
-Bueno... no. Pero...
-Pero...
-No sé qué hacer...
Estaba en un punto en el que no sabía qué decir. Y Pablo parecía muy calmado.
-Decile. Decile a todo el mundo. No me importa.
-Es que...
-Tranquilo. No te voy a hacer nada si lo hacés. No es tan simple.
-Nunca pensé que vos podías llegar hacer esto... no lo creí hasta que te vi haciéndolo.
-No soy un degenerado tampoco... solamente las mato y guardo un litro de su sangre. A algunas ni las mato… mirá lo que te digo.
-Estás loco...
No creía que estuviera loco.
De alguna manera extraña, me di cuenta que lo respetaba.
De una manera muy extraña.
-Puede ser. No me voy a excusar con vos, y menos explicarte las razones por las que hago lo que hago.
Capítulo 5
(Sonrisas)
El tiempo pasaba y, si bien los ruidos eran más fuertes, nada aparecía. Nada parecía saber de nosotros. No había contacto. Sabía que él estaba muy seguro de lo que estaba haciendo, pero por momentos podía observar gestos de fastidio.
Hasta el día de hoy no puedo saber si lo que sucedió a continuación era algo que él tenía preparado. Quisiera creer que no, pero la resolución de la situación me indica otra cosa.
Las paredes empezaron a transpirar. Los pocos cuadros que estaban en la pared cayeron. Empecé a mirar a mi alrededor: todo estaba teñido de colores extraños.
Fué en ese momento que él empezó a hablar con “alguien”.
-Pablo... acá estoy. ¿Me escuchás?
La mesa se movía y yo no podía dilucidar de dónde provenía la otra voz.
"Sí. Creo que sí."
Por momentos sentía que podía ver a alguien más en la habitación, pero cuando miraba mejor, siempre era él. O algo así.
-Tenés que dejar de ver a Martín - parecía que él conocía a este "Pablo", y lo trataba bastante mal. -. Ya.
"¿Cómo?"
Todo el edificio se quebraba. En ese momento estaba muy confundido: no entendía cómo era que sabía el nombre del vivo. No es que hoy lo entienda más, pero…
-Sí. Tenés que dejar ese trabajo.
"¿Por...?"
-Tenés que irte... su novia.
"¿Eh?"
-Su novia. Lo lastimaste... bah, lo vas a lastimar. Bah, no... no lo querés lastimar. No lo tenés que lastimar. Alejate. Sabés lo que estoy intentando decirte. Esa carga no es algo con lo que quieras lidiar, te lo puedo asegurar.
Él estaba muy compenetrado en lo que estaba pasando. No entiendo cómo es que podía mantener la calma en un contexto como ese. Tal vez todo se reducía a que nunca lo conocí realmente.
La realidad es que desde siempre sospeché que él no era un muerto como el resto. Pensaba que lo conocía, pero… bueno. Uno nunca termina de conocer a los muertos.
“Entiendo.”
-¿No soy el primero que con el que hablás, no?
“No.”
-Bueno. No nos vamos a ver más, así que… suerte.
De alguna manera, entendí que esto era una especie de despedida, no para el vivo, sino para mí.
Me sonrió y saludó con la mano.
“Gracias.”
De alguna manera, todo el ruido y los temblores se detuvieron.
Las luces extrañas se "apagaron".
Todo estaba en su lugar.
Menos él. Él ya no estaba. Y, de alguna manera, me sentí aliviado.
Triste, pero aliviado.
Era mi amigo. Y de repente supe que ya no iba a verlo nunca más.
Capítulo 6
(El eterno)
-Vine a decirte que no sé qué voy a hacer.
No quería que se fuera. No sé muy bien por qué. Creo que, de alguna manera, lo extrañaba. Hacía mucho tiempo que no lo veía: desde el día que llegó a la laburo, entró en la oficina de Raúl y le dijo que renunciaba... así, sin mucha más explicación. Nunca me imaginé que 5 meses después me iba a enterar de esto y que iba decidir decirle que sabía lo de su otra vida.
-Lo entiendo. Hacé lo que te salga. Pero no te preocupes por lo que me pueda pasar. Debería haber sido más cuidadoso. Fué mi culpa.
-Sí. Bah... no. Todos tenemos una segunda vida...
-Esto no es una segunda vida. Esto, todo esto... es mi vida. Además, no somos amigos, tranquilo. Yo puedo desaparecer. No sería la primera vez que lo hago.
-Bueno... pero igual, qué se yo... estuvo bueno, ¿no?...
-¿De qué me hablás?
-De cuando laburamos juntos, en la oficina. No sé si fuimos amigos, pero estaba bueno. Se pasaba bien el día. Además las salidas con... ¿cómo se llamaba tu chica?... estuvieron bien. A Luciana le caías bien.
Pablo dió un sorbo largo al café que estaba tomando.
-Creo que sí... ¿seguís con ella, no...?
-Sí. Es re buena mina. Yo la quie...
-Se nota.
Estaba a punto de contarle cómo me había enterado de que él era el asesino de la botella, cuando se paró de la silla, me saludó con un beso, y comenzó a caminar hacia la puerta.
-Che, pero... ¿no querés saber cómo me enteré?... para cuidarte la próxima vez.
Se dio vuelta mientras abría la puerta del bar y me contestó:
-No... No pasa nada. No va a volver a pasar, tranquilo. Disculpá, pero me tengo que ir.
Pensé en levantarme y salir del bar, pero me acordé de las espinillas. Todavía dolían, así que me quedé un rato sentado en el bar, pensando.
Hice la denuncia a la semana.
Tengo entendido que nunca lo agarraron, aunque en la casa encontraron pruebas de que esta historia del compañero de trabajo - asesino no me la estaba inventando. Declaré frente a un juez y eso fué todo. Nunca volví a ver a Pablo.
Qué sé yo... no era mal tipo. Bah, eso creo.
Epílogo
(Dios)
-Ningún vivo quiere saber que estás muerto, ni ningún muerto quiere saber que estás vivo. Así funciona el mundo. Los mundos. A nadie le importan tus epifanías. Además, ¿qué es más importante?: ¿que no se le haya ocurrido a nadie antes o la idea en sí?... ¿sería tan buena la idea si no hubieras sido el primero que la pensó?
Mi papá estaba muy seguro de que yo debería estar entendiendo lo que decía, pero yo no podía relacionar nada de esto con lo que pasó.
-¿Qué tiene que ver eso con...?
Me interrumpió y prosiguió:
-¿Estás seguro de que no querés pertenecer?... ¿estás seguro de que no pertenecer es bueno (o maduro)?... ¿estás seguro que no estás queriendo pertenecer a ese grupo que no quiere pertenecer?...
-No sé. No entiendo.
No entendía en serio.
-¿Para qué lo hiciste, entonces? Siempre recordá que hay cosas peores que sentirse solo. Pero pensá antes de hacer las cosas. O al menos hacete cargo de las consecuencias.
Supe que no iba a entender.
-Bueno... ¿ahora podemos ir a casa? Prometo no hacerlo más. En serio.
Luego de esa pequeña charla entró la preceptora y comenzó a explicarnos lo que significaba una suspensión. Yo todavía estaba nervioso por lo que había pasado en la sesión (mucho más que porque la escuela había descubierto que me había rateado), pero creo que pude aguantar bastante dignamente los reproches de Dios (papá) y de Sandra (la preceptora). Terminada la exposición volvimos, mi papá y yo, a casa, donde mamá nos estaba esperando para vomitarnos (a ambos) un discurso aún más críptico y engañoso que el que mi Dios me había dado hacía sólo unos minutos.
Nunca más, nadie, me volvió a preguntar nada sobre él.