Olor a incertidumbre controlada, dulce.
Un murmullo me avisa que el agua de río en invierno es bastante fría. Cierro la ventana y mi cabeza se inclina sobre el horizonte.
Hace mucho tiempo que no veía la claridad del día y la luna... extraño la sensación de patear las piedras a la madrugada, volviendo de alguna noche vendida como mágica. Extraño eso y otras cosas.
Hay que crecer, hay que cambiar. Y añorar no está mal. No sé... ¿mi viejo pensará en eso también?, ¿extrañará algo?, (¿la sabiduría es la asimilación de todo lo recorrido?). Hoy lo llamé, pero no se dió el momento de preguntarle. Casi nunca se da.
Y la luna sigue ahí.
De repente, siento el brazo de ella sobre mi panza... esa demostración de virilidad perdida que aumenta su tamaño exponencialmente día a día. Me abraza. A mí y a mi panza. Está bueno el aire frío en la cara.
A veces siento que el desapego es algo cobarde. A veces no. Pero es extraña la imposibilidad de manejar un discurso coherente. ¿por qué no puedo encontrar este momento todos lo días?. No hay nada extraño (ajeno), que pueda controlar (evitar), la sensación y la mirada cómplice necesaria para entender que el calor y la seguridad son viables. Que el amor capaz existe.
Sigo mirando la luna, y no noto que esté menos definida. El sol empieza a quemar y ya perdí la noción del tiempo. Ansío llegar: sé que es un lugar mas pero también una posibilidad menos. "Cada viaje debería ser el último": suena lindo.
¿Qué hay detrás?
Retirarse unos días del yo es un escape... pero también una búsqueda. Escapar de la responsabilidad. Es demasiado inocente necesitar (y crear) la imposibilidad física de responder a un problema para poder dejar de lado la presión de una solución.
Inocente.
Tal vez sea el miedo que tengo a tomar decisiones. Tan acostumbrado al desgano y la frustración... no porque las cosas no sucedan como las planeo sino que lo que sucede no termina siendo trascendental, definitorio (como preveo). Tal vez perdí algo en el camino, y no sé muy bien qué.
Sigo pensando en mi viejo. Hace poco decidió dejarse la barba. Y a mi vieja no le gusta, por eso nunca se la había dejado. Hoy lo llamo.
Está dormida. Levanto su brazo y le apoyo la cabeza en mi asiento mientras me paro. Necesito caminar. Tengo que dejar de ver por la ventana porque ya me están jodiendo los ojos de tanto mirar fijo el sol. Ese efecto raro donde todo parece una superposición de un círculo oscuro sobre una imagen donde todo brilla.
Todo brilla. Y puedo ver, con algo de esfuerzo, a los demás pasajeros. Los veo pararse, comprar... mirarse mal y mear los sillones marcando el territorio. Tienen frío, sueño y también están fastidiosas. Muchas personas... que no me necesitan. Y sin embargo son LA historia. Entre todos ellos... ¿habrá alguien que se desempeñe mejor como hijo, como novio... que sea un mejor amigo?... tal vez el cuento se trate de él: ese tipo que cruza la puerta con una sonrisa y hace mejor a los que están adentro. No sé.
Sin comprar nada, vuelvo a mi lugar. Vuelvo la mirada a la ventana y no puedo encontrar la luna. La perdí.
La puta que lo parió. Yo quería verla desaparecer... la puta que lo parió.
Me aburro. Voy a esperar un rato más que pasen estos árboles altos. Seguro que todavía está, atrás de ellos.
Un mensaje de mi viejo: "¿Todo bien?" ("Si, todo bien"... pero no le contesto).
Cruzo el brazo por detrás de la cabeza de ella mientras elevo la mirada al techo y cierro los ojos.
Ya llegamos. Ya casi llegamos.
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