- Hola.
Me volteo y no puedo evitar sentirme, de alguna manera, aliviada. Es un hombre alto, con barba... con un toque tenebroso. Me cae bien. Le devuelvo el saludo.
- Hola.
- Creo que no deberías estar sentada ahí, - señala hacia el salón - para eso hay sillas.
- Sí, perdón. Lo que pasa es que... no, no sé porque estaba sentada acá.
Me paro. Me siento mareada.
Intento recordar lo que tenía que hacer y por qué estaba en la biblioteca, y no puedo. El hombre me ayuda a pararme y me acompaña hasta la sala con las mesas.
En el camino, que parece eterno, me cuenta historias sobre libros extraños y algunas otras cosas que no escucho ya que toda mi atención está puesta en intentar recordar. Comienzo a tener miedo. No puedo evitar preguntarle si me puede decir algo sobre mi situación.
- ¿Usted sabe hace cuánto que llegué?
Hace una pausa. Eleva un poco la mirada y contesta, con un tono pedagógico.
- Es una pregunta muy ambigua.
- ¿Cómo?
- Estás en la biblioteca. Eso es todo lo que pasa.
- Pero es que yo no me acuerdo cómo llegué acá. Perdón, realmente no sé si fué la presión - el hombre, que ahora parecía aún más viejo, destraba una sonrisa - o qué, pero no me acuerdo.
- Es muy probable que si otro te contestara eso que me preguntás, te diría que si estás acá, siempre estuviste acá. Pero yo no te voy a contestar eso... simplemente te voy a decir que te relajes. Tenés tiempo para averiguar todo lo que necesitás, tranquila.
Se hace un silencio. Lo miro.
Dudo. Noto cierto temblor en su voz. Casi como un balbuceo… ¿tiene los labios pintados?
Tengo miedo, pero no puedo desconfiar de él.
- Disculpe, pero no entiendo lo que me está diciendo.
- Casi siempre ustedes, los chicos, piden lo mismo: explicaciones. Pero no son tan simples de dar. Sé que ya lo notaste… a ver, decíme: ¿soy un hombre o una mujer?
- Hombre - cuando termino de decirlo, me doy cuenta que no puedo estar completamente segura. Tiene barba… ¿tiene barba?, ¿qué está pasando?
- Bueno. Tranquila. Vamos.
Quiero correr, escaparme.
Ahora es una mujer, estoy segura. La empujo y busco con la mirada una puerta, necesito salir de acá. Me despego de la vieja que, noto, me quiere calmar. Tengo ganas de vomitar. Me arrodillo. Bajo la mirada. El suelo tiene mucho polvo. No puedo respirar. Vomito.
La señora me acaricia la espalda.
- Calmáte. Ya está. Siempre pasa. Es normal, cálmate.
- Necesito salir, por favor.
- No hay nada afuera.
- ¿Qué es esto?, ¿por qué estoy acá?
- No sé. Nunca nadie lo supo. Puede ser que seas alguien que muere o nace en algún otro lugar. No lo sé. Ninguno de nosotros lo sabe, pero es lo que tenemos. Este lugar. Con historias. Muchas historias, un edificio sin fin lleno de historias. Y a veces aparece gente.
- Pero, no puede ser… ¿y afuera?, ¿nadie salió de acá?
- No.
Mira a la puerta y cierra los ojos.
Puedo notar que nunca escuché nada más que su voz… si hubiera alguien más, se habría acercado cuando grité y vomité. Recuerdo la situación y siento el ácido en la garganta.
- No hay más nadie. Está usted sola.
No puedo explicarlo, pero sé que ella sabe lo que va a pasar. Y yo también.
- Sabe que me voy a ir.
- Se podría decir.
- ¿Está sola, no?
- Se podría decir.
Siento algún tipo de lástima, aunque sé que ella no está triste.
Empiezo a notar que el polvo empieza a convertirse en nostalgia, y no encuentra una mejor forma de describirlo. De repente, me siento con sentido.
- Yo sé que no tengo otra opción, tengo que irme… ¿pero qué es lo que hace usted acá?
- Cada uno tiene un propósito, dicen… dice.
Veo la puerta y sé que tengo que atravesarla. Sé que algo me espera. Quisiera escucharla con atención, pero siento una pulsión interna, como un huracán, que me hecha del edificio.
- Vas a sufrir, y lo sabés. El drama… no podés escapar del drama. Él no es el peor de todos, pero le gusta revolver miserias… y si no, miráme a mí: no podía ser sólo un puente mecánico, un Caronte devaluado... tenía que odiar estar solo e intentar la compañía una y otra vez.
No sé si se achica o es un niño. Siento que pierdo toda perspectiva… ya no sé si estoy en una biblioteca o en una estación de servicio. Recuerdo mi nombre. Todo se vuelve extraño y tangible.
- Me llamo Sabrina, y espero volver a verte.
Lo miro por última vez antes de pasar a través de la puerta… me saluda, mientras dice algo que no entiendo muy bien:
- Tranquila… yo voy a estar acá esperándote. Y sabé que nada es para siempre allá afuera… todos vuelven.
2 comentarios:
Tremendo.
Un montón de gracias.
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