martes, 18 de enero de 2022
II (Mar Del Zvr)
Sus pasos son torpes. No puede asimilar el paso del tiempo de la misma forma que lo hacía en la oscuridad, pero sabe que está cansado. Las plantas de sus pies desnudos están inundadas de llagas.
Dolor.
Nuevas sensaciones, y no todas son placenteras.
La necesidad y la certeza de que lo que lo rodea y su propio cuerpo puede (y tal vez debe) ser controlado.
Por momentos pareciera que el paisaje se crea ante sus ojos.
El mundo se mueve caóticamente. Sabe que no es lo mismo un animal, un insecto, o una planta.
Deja de moverse.
Decide conservar su lugar, su espacio.
Observa, oculto, detrás de unos árboles. Inmóvil.
Aprende de los animales. Cómo alimentarse de lo verde, cómo evitar a los predadores. Conocimiento: la posibilidad de adelantarse al resto. Al mundo. A los otros.
Aún así, se siente en desventaja.
Hay algo que necesita. Sabe, siente, que hay una amenaza que va más allá de lo que puede ver.
Se siente pequeño. O todo es demasiado grande.
Aún no puede entender qué es esa especie de roca que encontró a la salida de la cueva. “Texturas”, piensa. Otra vez (¿otra vez?), la palabra antecede a su significado.
Pasó el tiempo. Siente, sabe que pasó el tiempo, pero no puede pensar en forma de ciclos. Todavía sus sentidos no se acostumbran (¿para qué necesita saber cuánto hace que escapó?)
Todo está muy cerca. Todo esto que ve es el todo. Pero algo falla. Falta.
Piensa.
Piensa en hacia dónde se dirige. Cuál es la diferencia entre su destino y ese terreno verde, abundante, que tiene alrededor (¿por qué debería haber un destino para él?).
No lo sabe.
Así que decide salir de su escondite (¿cuántas noches estuvo oculto… fue sólo un rato?), acostarse en el suelo y extender sus brazos al cielo... en señal de tributo.
Cierra los ojos y piensa.
Y espera.
Espera por una respuesta.
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